Transcurridos los primeros días del nuevo gobierno, dos cuestiones parecen ser evidentes. La primera de ellas es que quienes han asumido la conducción del Estado han mostrado su voluntad de utilizarlo para favorecer a los sectores que históricamente concentraron el poder y la riqueza en nuestro país. La segunda es que el kirchnerismo, con la conducción de Cristina Kirchner, ha mantenido una gran capacidad de convocatoria y ha encabezado las principales movilizaciones en respuesta a las políticas oficiales.
Respecto de la primera de las evidencias, si bien no causaron sorpresa las medidas que adoptó el gobierno de Mauricio Macri, sí lo hizo la crudeza y el nivel de revanchismo con los cuales se implementaron. En muchos casos su legalidad y constitucionalidad fue cuestionada hasta por sus propios aliados políticos. El Gobierno priorizó la voluntad de mostrar una alta capacidad de decisión en torno a respaldar a los sectores que lo acompañaron en su acceso al poder por encima del respeto a las formas republicanas que pregonó durante la campaña. Sus primeras medidas estuvieron dirigidas a reparar a quienes habían sido fuertemente cuestionados en la década anterior: quienes monopolizan la renta agropecuaria, los medios de comunicación monopólicos, la corporación judicial y aquellos que esperan un realineamiento internacional hacia los poderes hegemónicos. La represión a los trabajadores de Cresta Roja también estuvo dirigida a manera de advertencia y a mostrar la misma decisión para frenar la protesta social.
Sin embargo, esta es sólo una de las facetas que mostró el gobierno de Macri durante los primeros días. Al mismo tiempo que tomó estas medidas contra los sectores populares, dio muestras de querer dar una batalla cultural hacia los sectores medios y alejarse de la impronta de representar una derecha fascista. Cualquier mirada sobre las designaciones realizadas en áreas de gobierno sensibles para la cultura de la clase media urbana muestra una estrategia destinada a combinar las medidas de ajuste y concentración de la riqueza y el poder, con la seducción de un lenguaje que combina lo tecnocrático con lo plural y hasta lo aparentemente progresista. En esta dirección, la cooptación de funcionarios que hasta hace poco integraban el kirchnerismo juega un importante papel en consolidar una imagen de pluralismo que pretende legitimar al nuevo modelo. El objetivo es aislar al kirchnerismo culpándolo de ser el causante de las medidas regresivas y concentradoras que en lo económico tiene que tomar el nuevo gobierno. Al mismo tiempo, salir a disputarle desde los medios de comunicación y los ámbitos científicos, académicos y culturales las construcciones colectivas de sentido que en estas áreas se consolidaron en los últimos 12 años.
Respecto de la segunda de las evidencias, la movilización del 9 de diciembre mostró el grado de adhesión que el proyecto, y en particular el liderazgo de Cristina, mantienen en un gran sector de la sociedad. Las plazas repletas que florecieron en los últimos días reafirman tanto esta adhesión como la capacidad de demostrarla en el escenario público. Sin embargo, si estas acciones no son acompañadas de estrategias que impliquen una mayor apertura, transversalidad y reinserción de la militancia y de los dirigentes en las organizaciones gremiales y sociales y el movimiento popular, corren el riesgo de agotarse en sí mismas. Frenar las medidas reaccionarias de Macri y reconstruir la mayoría que necesitamos para recuperar el gobierno exige que retomemos la idea de transversalidad que nos marcara Néstor en mayo del 2003. Esta perspectiva de agrupar a todos los sectores nacionales, populares y progresistas en torno a un proyecto común, permitió construir las holgadas mayorías con las que Cristina ganó elecciones presidenciales partiendo del 22 por ciento inicial. También implica retomar la tradición frentista que históricamente llevó adelante el peronismo.
Es necesario capitalizar el aprendizaje que significó la aparición de los movimientos espontáneos y autoconvocados que jugaron un papel fundamental en el tramo final de la campaña y significaron un vendaval de aire fresco para la política, pero que también se pueden leer como un llamado de atención hacia los dirigentes y la militancia del Frente para la Victoria. Cientos de miles de argentinos salieron a la calle, visitaron los hogares y hablaron con sus vecinos y amigos sin nuestras clásicas banderas y consignas. Tratando de hablar y, más importante aún, escuchar a los interlocutores desde otro lado. Tratando de entender por qué una parte de la población iba a votar en contra de sus propios intereses y planteando desde el lenguaje cotidiano los peligros del triunfo de Macri y la necesidad de la victoria de Daniel Scioli para continuar la dirección de los cambios logrados en la última década.
Sabemos que tenemos una fuerza política organizada y poderosa, con una capacidad de movilización enorme. Pero nuestra organización por sí misma no va a ser suficiente para frenar las políticas neoliberales de Macri ni para reconstruir la mayoría electoral. Si respondemos solos, por más capacidad de convocatoria que demostremos, facilitaremos la tarea de aislamiento y estigmatización a la que pretende someternos el gobierno. Los casos en los que en estos primeros días el macrismo tuvo que dar marcha atrás son un claro ejemplo de la necesidad de incluir a otros sectores en la resistencia. Fue el conjunto de la comunidad universitaria el que se opuso a la designación de Juan Cruz Avila y logró su renuncia anticipada. La declaración de Charly García fue fundamental para que no asumiera Carlos Manfroni en el área de seguridad. La actitud de otros bloques parlamentarios de la oposición fue determinante para frenar las designaciones en la Corte Suprema. Fueron los trabajadores de Cresta Roja los que con su movilización abrieron la posibilidad del diálogo.
La sofisticación de la estrategia del macrismo a la que hicimos referencia anteriormente exige que también nuestra respuesta sea más compleja.
Una fotografía del comportamiento social de los últimos días seguramente nos mostraría que los núcleos duros del oficialismo y la oposición se han sentido fortalecidos en sus convicciones en esta primera etapa del nuevo gobierno, ya que las medidas adoptadas responden a sus expectativas previas. Pero la voluntad del macrismo de consolidar a su favor al sector que lo acompañó con su voto desde una perspectiva “light” e inclusive de atraer votantes de Scioli, nos coloca en la necesidad de desarrollar estrategias específicas para acercarnos a estos grupos. Como la experiencia histórica nos muestra, estos son los sectores que inclinan la balanza a la hora de construir las mayorías. No podemos caer en el facilismo de creer que se nos sumarán automáticamente en rechazo a las medidas del gobierno. La desigualdad de recursos disponibles en el campo comunicacional exigirá una enorme creatividad de nuestra parte para dar esta batalla.
De ninguna manera se trata de desvalorizar el trabajo de las organizaciones militantes. Su papel fue y será imprescindible. Pero sin lugar a dudas el desafío es, a partir de continuar y profundizar el trabajo unitario de todas estas organizaciones, enraizar más aún su papel en el movimiento social y comunitario y principalmente en el universo sindical. Ya no será posible llegar con nuestras perspectivas políticas a estos grupos con la acción desde el Estado. A cada intento de aislamiento y tentación de sectarismo hay que responderle con un esfuerzo mayor de apertura política, con una renovada voluntad de ir a buscar a los que no piensan como nosotros pero tienen las mismas preocupaciones y demandas, principalmente de recuperar a quienes tuvimos a nuestro lado pero que en esta ocasión votaron equivocadamente.
En síntesis, los militantes enfrentamos un gran desafío: combinar la resistencia con la propuesta concreta para defender las conquistas logradas y seguir avanzando; consolidar las organizaciones militantes y, al mismo tiempo, promover el debate, la apertura y ensanchar la organización democrática del movimiento popular; afianzar nuestra identidad política y liderazgo articulando con otras identidades que, manteniendo su propia perspectiva, coincidan en frenar la ofensiva neoliberal.
La consigna “volveremos” no puede quedar sólo como una retórica sobre un retorno a lo que orgullosamente construimos en la última década. Para ser exitosa debe incluir la dimensión de futuro: “hacia dónde vamos”. Con qué propuestas, cómo y con quiénes recuperaremos la mayoría que nos permita atender las asignaturas pendientes que exige un país donde la soberanía, el desarrollo, la dignidad del pueblo y la justicia social sean una realidad.
Sólo así podremos transformar la bronca en esperanza.
* Publicado en Página/12