Los últimos días del 2008 la Rectora del Colegio Mariano Acosta, Raquel Papalardo, intentó ponerle fin a la celebración de la tradicional «vuelta olímpica» mojando a sus egresados de 5° Año con una manguera. Se puede estar de acuerdo o no con esta actitud de la Rectora. De hecho se escucharon múltiples opiniones a favor y en contra de especialistas, periodistas, docentes, padres y alumnos al respecto. El Ministro de Educación de la Ciudad manifestó su crítica: «se rompió la asimetría que debe existir entre alumnos y docentes». También hubo visiones controvertidas respecto de esta opinión. Pero la respuesta de las autoridades no terminó allí. Se la castigó iniciándole un sumario. Incluso se temió acerca de su continuidad al frente del Colegio. Clarín tituló la noticia «Por jugar con agua, buscan echar a la directora del Mariano Acosta». En el interior de la nota el periodista confirma que «fuentes del Gobierno dijeron a Clarín que es un hecho que será separada del cargo».
Hace pocos días la Rectora del Colegio Mariano Acosta, Raquel Papalardo, intentó ponerle fin a la celebración de la tradicional «vuelta olímpica» mojando a sus egresados de 5° Año con una manguera. Se puede estar de acuerdo o no con esta actitud de la Rectora. De hecho se escucharon múltiples opiniones a favor y en contra de especialistas, periodistas, docentes, padres y alumnos al respecto. El Ministro de Educación de la Ciudad manifestó su crítica: «se rompió la asimetría que debe existir entre alumnos y docentes». También hubo visiones controvertidas respecto de esta opinión. Pero la respuesta de las autoridades no terminó allí. Se la castigó iniciándole un sumario. Incluso se temió acerca de su continuidad al frente del Colegio. Clarín tituló la noticia «Por jugar con agua, buscan echar a la directora del Mariano Acosta». En el interior de la nota el periodista confirma que «fuentes del Gobierno dijeron a Clarín que es un hecho que será separada del cargo».
Ante estas circunstancias y con cierta preocupación por la posibilidad de que una anterior actitud en defensa de las becas estudiantiles generara una particular animosidad en su contra por parte de las autoridades, Raquel Papalardo acudió a las dos herramientas institucionales que podían articular una defensa frente a lo que ella consideró un posible ataque a sus derechos como docente: la Defensoría del Pueblo de la Ciudad de Buenos Aires y el Sindicato de Trabajadores de la Educación.
Esta situación provocó poco felices declaraciones del Jefe de Gobierno. La acusó de «apendejarse» y de «bandearse para el lado de la política», como si su decisión de sancionarla no fuera hacer política, y también como si bandearse para el lado de la política (la profesión que ejerce el Jefe de Gobierno) fuera algo incorrecto.
Incluyendo estas últimas declaraciones, todo lo hasta aquí relatado no supera los marcos de una discusión sobre la autoridad pedagógica, los criterios respecto de la disciplina en las escuelas y, a lo sumo, acerca de los mecanismos políticos para la resolución de los conflictos en el sistema educativo de la Ciudad de Buenos Aires. Nada de ello amerita un artículo como el presente.
Pero en sus declaraciones el Jefe de Gobierno se refirió a la Rectora despectivamente al llamarla «Raquelita». Es en esta ironía que radica el principal atentado contra la autoridad docente en todo el episodio. No en la manguera, ni en las opiniones contrarias, ni siquiera en el sumario o en la crítica por un supuesto «apendejamiento». Un Jefe de Gobierno no tiene derecho a ridiculizar o menoscabar a ningún docente y menos a la Rectora de uno de los principales colegios de la Ciudad tratándola peyorativamente en público, aún cuando se hubiere equivocado. Si lo que se busca es fortalecer la autoridad de docentes y directivos, ¿qué se le esta transmitiendo a padres y alumnos a través de ese menosprecio público hacia la Rectora?
Estos días he escuchado algunas opiniones que plantean que la desvalorización de la Profesora Raquel Papalardo pone en evidencia la soberbia y la opinión general del Jefe de Gobierno hacia los maestros y profesores. Otras opiniones en cambio, proponen que fue un simple «lapsus» alejado de toda intencionalidad despectiva. Prefiero creer que se trata de esta última situación. Bastaría una disculpa pública para tener la certeza y atenuar la indignación que sienten los docentes.