Islas Malvinas: identidad y soberanía

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«¿Cómo puede ser que después de 170 años se pueda mantener una situación colonial? ¿Cómo se puede pedir la autodeterminación de una población que es por origen y actualmente por derecho totalmente británica?»

El domingo pasado en este mismo espacio reflexionábamos sobre la foto del abrazo entre Estela y Diego en Sudáfrica y la definíamos como una de las imágenes más trascendentes de buena parte de la identidad argentina. En ese artículo planteábamos el concepto de identidad como el conjunto de rasgos propios de una comunidad que la distinguen frente a las demás, y decíamos que Abuelas de Plaza de Mayo y Diego Maradona contribuyen –cada uno desde su ámbito y su trayectoria de vida− a forjar una identidad ligada a nuestras luchas, nuestra memoria, nuestras pasiones y nuestra idiosincrasia.

Otra manera posible de entender la noción de identidad es a partir de la reivindicación común de nuestros derechos como pueblo y, en este caso, el reclamo sobre la soberanía de las Islas Malvinas expresa el pensamiento y el sentimiento de la enorme mayoría de los habitantes de nuestro país: casi la totalidad de los argentinos está a favor del reclamo de esos derechos. En última instancia ser argentino significa llevar a lo largo de la vida el dolor de que una parte de nuestro territorio está cercenada por una potencia colonialista. Este unánime consenso social en torno a la legitimidad de nuestros derechos sobre las Islas no es arbitrario. Es una construcción socio-política y el fruto de un trabajo de la educación concebida como un mecanismo de transmisión de contenidos y valores que la sociedad elige para perpetuar de generación en generación.

La convicción sobre la soberanía de las Islas nos resulta entonces tan universal que se convierte en un elemento de cohesión que nos involucra integralmente. Es uno de los pocos puntos de encuentro en que todos los argentinos coincidimos, no sólo desde el punto de vista racional sino también sentimental.

Y fue precisamente un sentimiento de profunda emoción el que experimentamos todos los que presenciamos, en la sede de la ONU en Nueva York, la aprobación por unanimidad de la resolución que afirma nuestro reclamo y que insta a los gobiernos de Argentina y del Reino Unido a reanudar las negociaciones por la soberanía en Malvinas. Sin embargo, esa emoción, en el ámbito del Comité de Descolonización de la ONU integrado por 24 países, se combinó con un sentimiento de cierta impotencia.

Impotencia al pensar que año tras año se renueva esta demanda del mundo que los británicos se empeñan en negar sistemáticamente.

¿Cómo puede ser que después de 170 años se pueda mantener una situación colonial anacrónica? ¿Cómo se puede esgrimir el argumento de la libre determinación de los habitantes de Malvinas cuando en 1833 Gran Bretaña expulsó a los residentes y a las autoridades argentinas de las islas? ¿Cómo puede pedirse la autodeterminación de una población que es por origen, y actualmente por derecho, totalmente británica? ¿Cómo se puede hablar de gobierno autónomo cuando la mayor parte de los que lo integran también son británicos? Tal como expresó el canciller Héctor Timerman, las autoridades malvinenses “hablan como si fueran un ente totalmente independiente, como una isla democrática en medio de países hostiles”. Y hago propias las palabras del embajador uruguayo ante las Naciones Unidas, José Luis Cancela: “Esta rémora colonial que ofende a la Argentina ofende también a toda la América Latina.” Destaco que el encendido apoyo a la posición de nuestro país no provino sólo de los delegados del Mercosur y Latinoamérica, sino de todos los presentes, entre ellos China, Rusia, Siria e Indonesia, representantes de culturas e identidades tan disímiles a la nuestra.Y destaco también la presencia de la gobernadora de Tierra del Fuego y senadores de distintas fuerzas políticas en la delegación argentina, lo que reafirma que la causa Malvinas en una política de Estado, un reclamo de todo el pueblo argentino y no de un gobierno en particular.

No es posible que Gran Bretaña, como miembro permanente del Consejo de Seguridad, exija a otros países el respeto a las medidas de la ONU, pero se niegue a sentarse a dialogar sobre la soberanía de las Malvinas con la Argentina.

Se debe poner fin a una situación colonial que hoy se ve agravada por la explotación petrolífera, que amenaza y pone en riesgo el medio ambiente.

Como dijo nuestro canciller, “buscar recursos naturales, en este caso no renovables, en las áreas que controlan como colonias, es reeditar la política de aprovechamiento y explotación de recursos que caracterizó su accionar tanto en nuestra América, como en Asia y África desde el siglo XVIII”.

Tenemos que avanzar hacia un nuevo orden mundial donde se discutan pacíficamente las diferencias y se acuerden normas que todos cumplan. No queremos un mundo, como dijo nuestra presidenta, donde algunos son más iguales que otros.

Sobre el Bicentenario, todos los sectores políticos debemos anteponer esta causa común sobre las diferencias y fortalecer nuestro reclamo como una sólida política de estado. Debemos continuar concurriendo a todos aquellos foros e instancias internacionales donde reafirmemos los derechos soberanos irrenunciables e imprescriptibles de la Argentina sobre las Islas Malvinas.

La Argentina ha demostrado que la única vía posible para reclamar nuestros derechos es la diplomática.Es posible que algunos crean que ello significará una perpetua negativa británica. Pero nosotros sabemos que la presión internacional constante hará imposible la consolidación del colonialismo inglés en las Islas.

Como bien ha dicho Alfredo Zitarrosa “no hay nada más sin apuro que un pueblo haciendo la historia”. Ninguna dominación colonial duró para siempre. El Bicentenario que estamos festejando así lo certifica. Tendremos la perseverancia y la paciencia necesaria para continuar con nuestra justa demanda y también cumpliremos con el deber de mantener la causa Malvinas en el centro de nuestra identidad como argentinos hasta que retorne nuestra “hermana perdida”.

 

DANIEL FILMUS

Publicado en el diario Tiempo Argentino el 27 de junio de 2010