Nota de opinión publicada en Infobae.
Una conocida poesía del escritor Bertolt Brecht define a los hombres imprescindibles como aquellos que luchan toda la vida. Es una de las mejores maneras de invocar la figura de Néstor Kirchner. Fue un apasionado militante, un hombre comprometido con la construcción de un país más libre, más justo y con el bienestar de su pueblo. Un luchador que nunca se amedrentó frente a las dificultades que tuvo que enfrentar, ni siquiera a las de la salud, que terminaron arrebatándole su vida.
En momentos en los que el país vuelve a transitar una profunda crisis socio-económica, es imposible no vincular su legado con el papel que le cupo en conducir a la Argentina hacia la «salida del infierno» a partir de su asunción como presidente, el 25 de mayo del 2003. En un contexto que mostraba niveles de desocupación, pobreza y destrucción del aparato productivo sin precedentes desde el retorno a la democracia, Néstor Kirchner supo no ampararse en los gobernantes anteriores para descargar las culpas por la grave situación.
A pesar de haber accedido al gobierno solo con el 22% de los votos, lo que le otorgaba plena legalidad institucional pero no la legitimidad política que le hubiera conferido una segunda vuelta electoral, supo construir mayorías, miró hacia el futuro y convocó a los argentinos y argentinas a recuperar la autoestima para emprender el desafío de la reconstrucción del país: «Sabemos adónde vamos y sabemos adónde no queremos ir o volver», planteó con firmeza en su discurso en el Congreso el día que asumió.
A continuación marcó un camino que, por su vigencia, parece escrito para el momento actual: «No se puede recurrir al ajuste ni incrementar el endeudamiento. No se puede volver a pagar deuda a costa del hambre y exclusión de los argentinos, generando más pobreza y conflictividad social… los acreedores tienen que entender que solo podrán cobrar si a la Argentina le va bien». Este es el sendero que transitó nuestro país a partir de ese momento. La apuesta a la producción, el trabajo, el crecimiento sustentable, el mercado interno y el incentivo al aporte de la educación y la tecnología para agregar valor a la producción nacional permitió que el país iniciara la etapa de crecimiento más importante de las últimas décadas. Pero el rasgo distintivo del modelo de desarrollo llevado adelante fue que, como destacó en sus estudios la Cepal, por primera vez desde el golpe de Estado de 1976 el crecimiento fue acompañado por un proceso de distribución de la riqueza que redujo fuertemente la desigualdad que atravesaba la estructura social argentina.
Como responsable de educación de su gabinete, no puedo dejar de mencionar la impronta fundamental que le otorgó su gobierno a esta problemática largamente postergada. En su primer día de gestión, el Presidente tomó una decisión sin precedentes en la historia argentina: dispuso que el Gobierno Nacional contribuiría con recursos propios a saldar las deudas de las provincias con los docentes para garantizar el derecho a la educación a partir del normal funcionamiento de las clases. En su segundo día, viajó a Entre Ríos para firmar personalmente el acuerdo con los gremios y permitir que, luego de más de 90 días de huelga, comenzara el ciclo lectivo.
Estas primeras acciones fueron un hito que marcó a fuego la dirección que iba a imprimir a su Gobierno: la educación pasó a tener una prioridad estratégica. Para Néstor Kirchner, la escuela y la universidad jugaban un rol fundamental en torno a cuatro objetivos centrales: la construcción de la identidad nacional, la democracia participativa, la justicia social y la productividad económica. Sabía que se trataba de un proyecto a mediano y largo plazo, que no dependía solo del gobierno de turno. Por ello dejó plasmado en leyes que requirieron mucho debate y una gran concertación las bases fundamentales sobre las cuales se debía edificar el sistema educativo argentino. La llamada «de los 180 días», que amplió la extensión mínima del ciclo lectivo nacional, garantizó el pago e incrementó el incentivo salarial docente, la ley de educación técnica, la ley de financiamiento educativo, que permitió llevar al 6% del PBI la inversión en el área, la ley de educación sexual y la ley de educación nacional, se convirtieron en algunos grandes legados que dejó el Gobierno de Néstor Kirchner en el área. Todas estas leyes permitieron recuperar el papel del Estado nacional en el sostenimiento y la integración del sistema educativo. Papel del que se ha venido replegando el Estado desde diciembre del 2015.
Es imposible recuperar en este breve artículo todas las enseñanzas que nos dejaron las políticas públicas emprendidas por Néstor, continuadas por Cristina y que tienen tanta vigencia en un momento tan crítico como el actual. Pero no puedo dejar de mencionar su obsesión por la ampliación de los derechos, especialmente de los más humildes y los trabajadores, y por hacer realidad los reclamos de Memoria, Verdad y Justicia que enarbolaron durante tantos años las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo y la mayor parte de nuestra comunidad que exigía el fin de la impunidad. La orden que impartió, como comandante en jefe del Ejército, de bajar el cuadro de Rafael Videla, inició un proceso que permitió la anulación de las leyes de obediencia de vida y punto final que dio lugar al juzgamiento de los culpables de los crímenes del terrorismo de Estado.
A ocho años de su desaparición física, recordar a Néstor es tener presente al Presidente que amplió nuestros horizontes y nuestros sueños. Al que nos fue corriendo el límite de lo que era posible y nos enseñó que no existen derechos que no se puedan conquistar. Con sus potencialidades y sus limitaciones, nos mostró que la política es un instrumento poderoso para mejorar la vida de todos y todas, especialmente de quienes más necesitan de ella. Millones de jóvenes se incorporaron a la militancia tras esta consigna. Recordar a Néstor en días tan difíciles, donde parecen predominar en el país, en la región y en el mundo gobiernos con miradas mercantilistas, discriminatorias y excluyentes, significa recuperar la fe en las utopías. Significa saber que es posible y que depende de nosotros y nosotras que llegue a la Casa Rosada un/una representante del pueblo que cumpla nuevamente con la promesa de no dejar fuera los ideales de paz, soberanía, justicia e igualdad.
El autor es diputado nacional (FPV-PJ). Ex ministro de Educación de la Nación.